Sunday, February 3, 2013

CUATRO HOMBRES Y UNA CEIBA

Nació solita en las sabanas del Matiyure. Germinó camino al molino que era custodiado por Ramón Arbujas, Mantecalero de pura cepa y Cedraleño de toda una vida. El viejo recorría las 50.000  hectáreas de Cedral a caballo, cuidando que los molinos no dejaran de mover las aspas, que les exprimían agua al corazón de la tierra, mientras torbellinos de polvo correteaban por las sabanas como los hijos traviesos del diablo, que con su verano, todo secaba.

El ojo de Ramón, al que nada se le escapaba, vio un tallito verde saliendo de la tierra resquebrajada, sabía que donde había un poquito de verde, en éstas sabanas desoladas, nunca faltaría quien la buscara para comérsela con muchas ganas. Sin preguntarle a caporales, jefes de mantenimiento, y a juntas directivas almidonadas, cargó con tres estacas de salado, que diestramente cortadas con su tres canales inseparable, terminaron con unos de sus extremos en punta para que el botalón la tierra perforará.  A su monta amarró, una vieja mandarria, las sobras de un cerco de gallinero y una alambrada oxidada, que con sus manos llaneras cuarteadas por hierro, soga y sol, formaron los despojos, en cerca con techo, para cuidar a la recién llegada.

Pasaron muchos años, décadas, dueños y gente, pero Ramón continuaba vigilando a la ceibita, ahora, Matrona de la Sabana. Ésta había pasado sequías, inundaciones, rayos, incendios, hordas de hormigas segadoras, chigüires, venados,  atajos de caballos y  ganado hambriento. Y ya, ninguno de los que quisieron comerla, le llegaban a sus ramas, pero si se resguardaban bajo ellas, buscando una sombra raquítica, que sus ramas desnudas de hojas les daba, mientras llegaban las lluvias en la temporada de invierno, que era, cuando la señora Ceiba, de verde se adornara.

Ramón fue el baqueano y compañero de andanzas en estas sabanas apureñas, un maestro de pocas palabras, pero en acciones, nadie le ganaba. La Ceiba, a la que le decían la Ceiba de Ramón, era uno de sus tantos orgullos de los que nunca hablaba. Se quedaba callado escuchando, a cuanto mirón errante, cerca de ella pasaba, y suspirando decía, que árbol tan bello domina esta sabana.

Un día un Neozelandés que el llano visitaba, me preguntó, si era verdad lo que decían los llaneros, que bajo los grandes árboles se guardaban tesoros en las sabanas. Pues de la Ceiba del Viejo Fuentes muchas historias se mentaban. Esa que quedaba atrás del campamento donde el musiú moraba. Muchos cuentan que bajo de ella aparecía el oro, que el diablo a Fuentes por su alma le daba y que 100 gatos negros con ojos de ascuas rojas con fiereza resguardaban. Tantos eran los felinos que se tenía sacrificar un maute cada 15 días para alimentar a los vigilantes que maullaban.

La verdad, dicen los llaneros, tras santiguarse primero, que desde San Fernando hasta el Matiyure todo era terreno Fuentero y que la leyenda decía, que quien se le enfrentara al viejo Fuentes, siempre lo enterraban primero y luego el diablo pagaba con morocotas el alma que el viejo de daba. Pues la Matrona de la Sabana, ya había encantado a dos almas y si el musiú quería tesoros tendría que esperar el alba. Entre el baqueano y el guía surgió una sonrisa, y ya la trama estaba jechaa, e invitaron al musiú y a su señora a pelarse el desayuno, para buscar el tesoro, que guardaba la sabana.

Con el canto de los tautacos y el silencio de las ranas, arrancaron cuatro personas para adentrarse en la sabana. Todavía el cielo estaba azul y las estrellas se esfumaban. Venus al naciente se encontraba, y no hubo que decir nada, todos estábamos ante un tesoro, más grande que el de los piratas, palacios de cuentos de hadas, y joyas de gente emperifolladas. De safiro era el cielo, y el topacio y el rubí, el alba se disputaban y de negro azabache se vestía la Matrona de la Sabana, mientras el diamante de Venus desaparecía en esa bella mañana. Todos entendimos, donde escondía Ramón su tesoro y como a todos nos ganaba, ese cuadro tan bello que los llanos nos regalaban. Fueron tres veces que disparé mi cámara para guardar el mapa de la ubicación del tesoro, que el viejo Ramón guardaba, y pasaron muchos años para que de esto me recordara.

Fue un día como aquél, cuando recibí una llamada. Era el Hermano Jesús Hoyos que con su voz llena de emoción me dijo… Leopoldo, acabo de ver la foto de una Ceiba que Román Rangel me dice que es tuya, y la verdad es que me encanta. Para que te soy bueno Jesús… y me contesto, para una portada... Me llenó de orgullo que la Matrona del Matiyure saliera en una portada, además, yo sabía, que ya era famosa hasta en Nueva Zelandia, así que, porque no adornar la Revista Natura, que a tantos nos gustaba. Fue así como cuatro hombres pusieron en el mapa de los corazones de muchos, a una Ceiba Venezolana, árbol  que numerosas personas amaban y hasta veneran. Y por eso solo me queda decir a Ramón, Román y al Hermano Jesús muchas gracias por ser mis amigos y maestros. Jesús tenia razón, al decir: Que era muy fácil llegar a Dios a través de la naturaleza. De este cuento ya se fueron tres a cabalgar las celestiales sabanas, pero les quedó este cuentero, que como siempre ha escuchado, coplero que se enreda pierde y siempre queda picao, pues ahora me toca el honor sincero de decirles: Colorín-Colorao este cuento se ha acabao.

Nadie muere, cuando permanece en las memorias de todos los que con amor lo recuerdan.

Leopoldo García Berrizbeita
El Naturalista y Fotógrafo Cuenta Cuentos.

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